golfista

viernes, marzo 23, 2007

......Y UN AÑO MAS
Empezando mi nuevo año, es justo por mi parte decir que en este pasado, ha aparecido alguién muy especial en mi vida. Esas personas que llegan y no sabes porqué, por más vueltas que le des, no lo entiendes, pero en lo más profundo de tu corazón sabes que son "únicas" y que te van a marcar de por vida. A esa persona quiero regalarle este escrito que me encontré "por casualidad" no sé donde.....

Una historia que quizá hoy te diga algo especial:

EL MIEDO

Un sultán decidió hacer un viaje en barco con algunos de sus mejores
cortesanos. Se embarcaron en el puerto de Dubai y zarparon en dirección
al mar abierto.
Entretanto, en cuanto el navío se alejó de tierra, uno de los súbditos
-que jamás había visto el mar, y había pasado la mayor parte de su vida
en las montañas - comenzó a tener un ataque de pánico: sentado en la
bodega de la nave lloraba, gritaba y se negaba a comer o a dormir. Todos
procuraban calmarlo, diciéndole que el viaje no era tan peligroso, pero
aunque las palabras llegasen a sus oídos no llegaban a su corazón.
El sultán no sabía qué hacer, y el hermoso viaje por aguas tranquilas y
cielo azul se transformó en un tormento para los pasajeros y la
tripulación.
Pasaron dos días sin que nadie pudiese dormir con los gritos del
hombre.
El sultán ya estaba a punto de mandar volver al puerto cuando uno de
sus ministros, conocido por su sabiduría, se le aproximó: Si Su Alteza me
da permiso, yo conseguiré calmarlo.
Sin dudar un instante, el sultán le respondió que no solo se permitía,
sino que sería recompensado si consiguiera solucionar el problema.
El sabio entonces pidió que tirasen al hombre al mar. En el momento,
contentos de que esa pesadilla fuera a terminar, un grupo de
tripulantes agarró al hombre que se debatía en la bodega y lo tiraron al agua.
El cortesano comenzó a debatirse, se hundió, tragó agua salada, volvió
a la superficie, gritó más fuerte aún, se volvió a hundir y de nuevo
consiguió reflotar. En ese momento, el ministro pidió que lo alzasen
nuevamente hasta la cubierta del barco.
A partir de aquel episodio, nadie volvió a escuchar jamás cualquier
queja del hombre, que pasó el resto del viaje en silencio, llegando incluso a
comentar con uno de los pasajeros que nunca había visto nada tan bello
como el cielo y el mar unidos en el horizonte. El viaje - que antes era
un tormento para todos los que se encontraban en el barco - se transformó
en una experiencia de armonía y tranquilidad.
Poco antes de regresar al puerto, el Sultán fue a buscar al ministro:
¿Cómo podías adivinar que arrojando a aquel pobre hombre al mar se
calmaría?
Por causa de mi matrimonio - respondió el ministro. Yo vivía
aterrorizado con la idea de perder a mi mujer, y mis celos eran tan grandes que
no paraba de llorar y gritar como este hombre. Un día ella no aguantó más y me abandonó,
y yo pude sentir lo terrible que sería la vida sin ella.
Solo regresó después de que le prometí que jamás volvería a atormentarla con mis miedos.
De la misma manera, este hombre jamás había probado el agua salada y jamás
se había dado cuenta de la agonía de un hombre a punto de ahogarse.
Después que conoció eso, entendió perfectamente lo maravilloso que es sentir
las tablas del barco bajo sus pies.
Sabia actitud - comentó el sultán.

sábado, marzo 03, 2007

PIENSA BIEN Y ACERTARAS

Cuando más me invade la melancolía, es cuando más reflexiva me pongo y me doy cuenta de como cada ser humano vamos a lo nuestro sin pensar demasiado en los demás. Y digo esto porque después de leer el relato que os voy a escribir acontinuación, no me queda más remedio que admitir, lo dados que somos los seres humanos a prejuzgar situaciones, como algo de lo más habitual, importandonos poco lo que sientan o piensen los demás, o sencillamente porqué lo hacen. En fin, este relato me ayuda a pensar (eso ya es mucho), lo importante que es no juzgar a los demás.
" En los días en que un helado costaba poco dinero, un niño de 10 años entró en un establecimiento y se sentó en una mesa. La camarera le servió un vaso de agua.
Cuanto cuesta un helado de chocolate y almedras? dijo el pequeño. 50 centavos, repuso la camarera. El pequeño sacó de su bolsillo unas monedas y mirándolas, preguntó ¿Cuánto cuesta un helado solo? La camarera, impaciente por la aglomeración de clientes, contestó: 35 centavos. El niño volvió a contar las monedas: Quiero el helado solo. La camarera le trajo el helado, puso la cuenta encima de la mesa y se fue. El niño terminó su helado, pagó la cuenta en caja y se marchó. Al regresar la camarera a la mesa donde el niño había estado, quedó muy sorprendida y con un nudo en la garganta: en el plato vió, colocados muy ordenadamente 25 centavos..... ¡ su propina!. "