jueves, marzo 30, 2006
miércoles, marzo 29, 2006
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse imcómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañama siguiente se habia suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
lunes, marzo 27, 2006
LA CALZADA ROMANA
Estabamos comiendo y alguien se acercó y nos comentó que a unos 40 kms. de donde nos encontrábamos, habia una calzada y un puente romano, después de discutirlo al día siguiente nos encaminamos al sitio en cuestión para visitarlo.
Una vez encontrado, vimos los carteles indicativos y comenzamos a bajar por el empredado, lleno de musgo resbaladizo. Los árboles nos saludaban en nuestra danza y mi mente como de costumbre, flirteaba con el pasado sin dar tregua, viendo el paraje, imaginaba las legiones romanas descendiendo por aquel pasillo empedrado, con sus trajes, sus espadas, sus lanzas.... regias, marciales, al son de tamores. Las gentes del entorno mirando como embelesadas por el atractivo de las misas, esas caras curiosas oteando la bajada...
Una voz real me sacó de mi sueño diciéndome: "la bajada, todavía, pero ya veremos luego la subida" y es que llevabamos casi una hora bajando.
Al poco tiempo, después de un recodo, allí estaba, majestuoso, sonriendo al tiempo, ese pontón de un ojo que hechizaba, rodeado de vegetación por todos lados y debajo el agua, cristalina, gélida.
La visión era increíble y en ese momento era como transportarse en el tiempo, la piel se erizaba con el silencio, sólo se oía el correr del agua a la lejanía.
Crucé el puente y pude ver que allí la calzada ya no existía, sólo un camino de tierra continuaba la senda trazada.
Volvimos sobre nuestros pasos, para comenzar a subir la cuesta. Costó lo que costó pero cuando llegamos arriba todos dijimos: " Ha merecido la pena".